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GACETILLA
Bardo vascongado.— Mañana jueves sale para su pais natal, deteniéndose algunos días en Burgos, el famoso cantor guipuzcoano don José María de Iparraguirre, cuyas sencillas y admirables tonadas populares han estado causando por espacio de un mes la delicia de cuantos han tenido el gusto de oírle.
Especialmente en el canto tirtéico (sic) al Árbol de Guernica, verdadera y magnífica inspiración en la cual el fuego poético del entusiasta montañés compite con el gusto músico mas puro, y que en rigor, y si no existiera la tradicional marché (?) de San Ignacio pudiera llamarse el himno nacional de los vascongados, Iparraguirre, con su negra y luenga barba, ondeanto cabello, ojos de fuego, gentil continente, solemne actitud y enérgicos movimientos, arrebata y conmueve al auditorio, si este ha tenido la dicha de nacer en los risueños valles y pintorescas colinas que forman el felíz territorio de las con razón llamadas províncias-hermanas.
El genío del país vasco, reciamente apegado al Fuero, á la ley vieja (legue sarrá que dicen ellos) respira todo entero en aquellos vigorosos acentos que parecen elevar al cíelo los fervorosos votos de un pueblo amante ciego de su libertad.
Tanto en esa canción, compuesta precisamente cuando el señor Bravo Murillo quiso nivelar á las provincias Vascongadas con las demás del reino, como en todas las demás que hemos oído al señor Iparra-guirre, música y letra pertenecen al cantor. La Sardinera es un capricho lindísimo. El Aurrerá, un paso doble modelo. El Ay, ay, ay, mutillac, cantado al gusto tirolés, de un efecto sorprendente. El Zorcico dedicado á los tolosanos, un eco fiel del pueblo á quien se intenta simbolizar.
El método de canto de Iparraguirre no pertenece á ninguna escuela, como no sea á la eterna y siempre bella de la naturaleza y del sentimiento. Su voz es vibrante y simpática, y lo dice todo de una manera admirable.
Dispénsennos nuestros lectores este calor aparente de nuestro juicio. ¿Qué estraño que nosotros pensemos, sintamos y hablemos así, habiendo nacido bajo el mismo cielo y criádonos con los propios afectos del hombre de la montaña, cuando críticos estranjeros, á cuya cabeza campea el célebre ex-folletínísta de la Presse, Teófilo Gauthíer, han caracterizado y elogiado con igual buena fé al modesto y gallardo joven que hace quince años recorre la Europa, con su morral y su guitarra á la espalda, como pudiera hacerse en los tiempos de Homero?